El individuo y la sociedad.
Jiddu Krishnamurti fue un pensador
hindú, nació en 1895 y murió en el 1986. Escribió sobre la naturaleza de la
individualidad, sobre las relaciones interpersonales y sobre variados temas
espirituales. El siguiente texto es un pequeño capítulo del libro "La libertad,
primera y última", y trata de a relación entre las personas y la sociedad y el
cómo, en realidad podría llevarse un cambio profundo en la sociedad, cambiando primero uno mismo, concociendonos a nosotros mismos y sin necesidad de seguir a una autoridad.
“El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es el de saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad, o si es el fin de la sociedad. ¿Ustedes y yo, como individuos, hemos de ser utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a cierto molde, por la sociedad, el gobierno, o es que la sociedad, el Estado, ¿existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la sociedad, o es tan sólo un títere al que hay que enseñar, que explotar, que enviar al matadero como instrumento de guerra? Ese es el problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros. Ese es el problema del mundo: el de saber si el individuo es mero instrumento de la sociedad, juguete de influencias, que haya de ser moldeado; o bien si la sociedad existe para el individuo.
¿Cómo has de descubrir eso? Es un serio problema, verdad? Si el individuo no es más que un instrumento de la sociedad, entonces la sociedad es mucho más importante que el individuo. Si eso es cierto, debemos renunciar a la individualidad y trabajar para la sociedad; entonces nuestro sistema educativo debe ser enteramente revolucionado, y el individuo convertido en instrumento que ha de usarse, destruirse, liquidarse, y del que hay que deshacerse. Pero si la sociedad existe para el individuo, entonces la función de la sociedad no consiste en hacer que él se ajuste a molde alguno, sino en darle el sentido y el apremio de libertad. Debemos, pues, descubrir qué es lo falso.
¿Cómo investigarían este problema? Es un problema vital, ¿no es cierto? Él no depende de ideología alguna, de izquierda o de derecha; y en caso de que, si dependa de una ideología, entonces es mero asunto de opinión. Las ideas siempre engendran enemistad, confusión, conflicto. Si dependes de libros de izquierda o de derecha, o de libros sagrados, entonces dependes de meras opiniones, sean ellas las de Buda, de Cristo, del capitalismo, del comunismo o de lo que te plazca. Son ideas, no la verdad. Un hecho nunca puede ser negado. La opinión acerca del hecho puede negarse. Si podemos descubrir cuál es la verdad en este asunto, podremos actuar independientemente de la opinión. ¿No resulta necesario, por lo tanto, descartar lo que otros han dicho? La opinión de los izquierdistas u otros líderes es el resultado de su condicionamiento. De suerte que, si dependes para tu descubrimiento de lo que se encuentra en los libros, estás simplemente atado a las opiniones. No se trata, pues, de conocimiento directo. ¿Cómo habrá de descubrirse la verdad acerca de esto? Sobre esa base actuaremos. Para hallar la verdad al respecto, hay que estar libre de toda propaganda, lo cual significa que ustedes sean capaces de observar el problema independientemente de la opinión. Todo el cometido de la educación consiste en despertar al individuo. Para ver la verdad respecto de esto tienes que ser muy claro, es decir, no podrás depender de un dirigente. Cuando escoges un líder, lo haces por confusión, de suerte que tus dirigentes también están confusos; y eso es lo que ocurre en el mundo. No puedes, por consiguiente, esperar de tu dirigente guía ni ayuda.
Una mente que desea comprender un problema debe no sólo comprender el problema por completo, enteramente, sino que debe poder seguirlo rápidamente, porque el problema nunca es estático, siempre es nuevo, ya sea el problema del hambre, un problema psicológico o cualquier problema. Toda crisis siempre es nueva, por lo tanto, para comprenderla, la mente debe ser siempre lozana, clara, veloz en su búsqueda. Creo que la mayoría de nosotros comprendemos la urgencia de una revolución intima, pues ella es lo único capaz de producir una transformación radical de lo externo, de la sociedad. Este es el problema que a mí mismo a todas las personas de intenciones serias nos preocupa. Cómo lograr una transformación fundamental, radical, en la sociedad es nuestro problema; y esta transformación de lo externo no puede ocurrir sin revolución íntima. Dado que la sociedad siempre es estática, cualquier reforma que se realice sin esa revolución intima se vuelve igualmente estática; de suerte que sin esa constante revolución íntima no hay esperanza, porque sin ella la acción externa resulta reiterativa, habitual. La acción implícita en las relaciones entre vosotros y los demás, entre vosotros y yo, es la sociedad; y esa sociedad se vuelve estática, sin cualidades vitalizadoras, mientras no exista esa constante revolución íntima una transformación sociológica creadora; y es porque no hay esa constante revolución íntima que la sociedad siempre se vuelve estática, cristalizada, y tiene por lo tanto que ser destruida constantemente.
¿Qué relación existe entre ustedes, por una parte, y la miseria y confusión en ustedes, y a su alrededor, por la otra? Es evidente que esta confusión, esta miseria, no se ha originado de por sí. Somos ustedes y yo quienes la hemos creado, no la sociedad capitalista, o comunista, o fascista. Ustedes y yo la hemos creado en nuestras relaciones. Lo que eres proyectado hacia afuera, en el mundo. Lo que eres, lo que piensas y lo que sientes, lo que haces en tu existencia diaria, se proyecta hasta afuera; y eso es lo que constituye el mundo. Si somos desdichados, confusos, caóticos en nuestro interior, eso, proyectado llega a constituir el mundo, la sociedad -la sociedad es el producto de nuestra relación-, y si nuestra relación es confusa, egocéntrica, estrecha, limitada, nacionalista, eso lo proyectamos y causamos caos en el mundo.
El mundo es lo que ustedes son. Su problema es el problema del mundo. Ese, a no dudarlo, es un hecho básico y sencillo. Pero en nuestras relaciones con uno o con muchos parecemos siempre, en cierto modo, no tomarlo en cuenta. Pretendemos producir alteraciones mediante sistemas o una revolución en las ideas o los valores, basada en tal o cual sistema, olvidando que somos nosotros quienes creamos la sociedad y producimos el orden o la confusión con nuestra manera de vivir. Debemos entonces empezar por lo que está más próximo; tenemos que preocuparnos por nuestra existencia diaria, por nuestros actos, pensamientos y sentimientos de todos los días, los cuales se revelan en el modo de ganarnos la vida y en nuestra relación con las ideas y las creencias. Esa es nuestra existencia diaria, ¿no es cierto? Nos interesa ganarnos el sustento, conseguir un empleo, ganar dinero; nos interesa la relación con nuestra familia, o con nuestros vecinos, y estamos interesados en ideas y creencias. Si examinan ahora sus ocupaciones, verán que ellas se basan fundamentalmente en la envidia y no en la estricta necesidad de ganar el sustento. La sociedad está estructurada en tal forma que es un proceso de constante conflicto, de constante devenir. Todo se basa en la codicia, en la envidia a nuestros superiores. El empleado quiere llegar a ser gerente, lo que muestra que su preocupación no es sólo ganarse el sustento, un medio de subsistencia, sino también adquirir posición y prestigio. Tal actitud, naturalmente, produce estragos en la sociedad, en la convivencia. Más si ustedes y yo nos preocupásemos tan sólo por el sustento, hallaríamos medios de vida justos cuya base no sería la envidia. Ésta es uno de los factores más destructivos que obran en la sociedad, ya que la envidia revela deseo de poder, de posición, y al final conduce a la política. Envidia y política están estrechamente ligadas. Cuando el empleado busca llegar a gerente, se convierte en uno de los factores que engendra la política del poder, que conduce a la guerra. Él es, pues, directamente responsable de la guerra.
¿En qué se basan nuestras relaciones? La relación entre ustedes y yo, entre ustedes y los demás -la sociedad es eso-, ¿en qué se basa? No, por cierto, en el amor, aunque hablemos de ello. Si se basara en el amor habría orden, paz y felicidad, entre nosotros. Empero, en esa relación entre ustedes y yo hay una fuerte dosis de mala voluntad que asume la forma de dominación. Si unos y otros fuésemos iguales en pensamientos y en sentimientos, no habría dominación ni mala voluntad, puesto que habría contacto entre dos individuos -no se trataría de maestro y discípulo, ni de esposo que domina a su mujer, ni de mujer que domina al marido. Cuando hay mala voluntad hay deseo de dominación, lo cual provoca celos, ira, pasiones; y todo eso, en nuestras mutuas relaciones engendra constante conflicto que hacemos lo posible por eludir, produciendo mayor caos y mayor desdicha.
En lo que atañe a las ideas, creencias y formulaciones, las cuales forman parte de nuestra vida cotidiana, ¿no deforman acaso nuestra mente? ¿Qué es, en efecto, la estupidez? Consiste en atribuir falso valor a las cosas que produce la mano o la mente del hombre. Casi todos nuestros pensamientos se originan en el instinto de autoprotección, ¿no es así? ¿No damos a muchas de nuestras ideas un sentido de que carecen en sí mismas? Cuando, por consiguiente, creemos en determinadas formas -ya sean religiosas, económicas o sociales- o cuando creemos en Dios, en ideas, en un régimen social que separa al hombre del hombre, en nacionalismo y otras cosas más, es evidente que damos falsa significación a la creencia. Ello indica estupidez, pues la creencia no une a los hombres, sino que los divide. Vemos, pues, que por nuestra manera de vivir podemos producir orden o caos, paz o conflicto, felicidad o desdicha.
“El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es el de saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad, o si es el fin de la sociedad. ¿Ustedes y yo, como individuos, hemos de ser utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a cierto molde, por la sociedad, el gobierno, o es que la sociedad, el Estado, ¿existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la sociedad, o es tan sólo un títere al que hay que enseñar, que explotar, que enviar al matadero como instrumento de guerra? Ese es el problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros. Ese es el problema del mundo: el de saber si el individuo es mero instrumento de la sociedad, juguete de influencias, que haya de ser moldeado; o bien si la sociedad existe para el individuo.
¿Cómo has de descubrir eso? Es un serio problema, verdad? Si el individuo no es más que un instrumento de la sociedad, entonces la sociedad es mucho más importante que el individuo. Si eso es cierto, debemos renunciar a la individualidad y trabajar para la sociedad; entonces nuestro sistema educativo debe ser enteramente revolucionado, y el individuo convertido en instrumento que ha de usarse, destruirse, liquidarse, y del que hay que deshacerse. Pero si la sociedad existe para el individuo, entonces la función de la sociedad no consiste en hacer que él se ajuste a molde alguno, sino en darle el sentido y el apremio de libertad. Debemos, pues, descubrir qué es lo falso.
¿Cómo investigarían este problema? Es un problema vital, ¿no es cierto? Él no depende de ideología alguna, de izquierda o de derecha; y en caso de que, si dependa de una ideología, entonces es mero asunto de opinión. Las ideas siempre engendran enemistad, confusión, conflicto. Si dependes de libros de izquierda o de derecha, o de libros sagrados, entonces dependes de meras opiniones, sean ellas las de Buda, de Cristo, del capitalismo, del comunismo o de lo que te plazca. Son ideas, no la verdad. Un hecho nunca puede ser negado. La opinión acerca del hecho puede negarse. Si podemos descubrir cuál es la verdad en este asunto, podremos actuar independientemente de la opinión. ¿No resulta necesario, por lo tanto, descartar lo que otros han dicho? La opinión de los izquierdistas u otros líderes es el resultado de su condicionamiento. De suerte que, si dependes para tu descubrimiento de lo que se encuentra en los libros, estás simplemente atado a las opiniones. No se trata, pues, de conocimiento directo. ¿Cómo habrá de descubrirse la verdad acerca de esto? Sobre esa base actuaremos. Para hallar la verdad al respecto, hay que estar libre de toda propaganda, lo cual significa que ustedes sean capaces de observar el problema independientemente de la opinión. Todo el cometido de la educación consiste en despertar al individuo. Para ver la verdad respecto de esto tienes que ser muy claro, es decir, no podrás depender de un dirigente. Cuando escoges un líder, lo haces por confusión, de suerte que tus dirigentes también están confusos; y eso es lo que ocurre en el mundo. No puedes, por consiguiente, esperar de tu dirigente guía ni ayuda.
Una mente que desea comprender un problema debe no sólo comprender el problema por completo, enteramente, sino que debe poder seguirlo rápidamente, porque el problema nunca es estático, siempre es nuevo, ya sea el problema del hambre, un problema psicológico o cualquier problema. Toda crisis siempre es nueva, por lo tanto, para comprenderla, la mente debe ser siempre lozana, clara, veloz en su búsqueda. Creo que la mayoría de nosotros comprendemos la urgencia de una revolución intima, pues ella es lo único capaz de producir una transformación radical de lo externo, de la sociedad. Este es el problema que a mí mismo a todas las personas de intenciones serias nos preocupa. Cómo lograr una transformación fundamental, radical, en la sociedad es nuestro problema; y esta transformación de lo externo no puede ocurrir sin revolución íntima. Dado que la sociedad siempre es estática, cualquier reforma que se realice sin esa revolución intima se vuelve igualmente estática; de suerte que sin esa constante revolución íntima no hay esperanza, porque sin ella la acción externa resulta reiterativa, habitual. La acción implícita en las relaciones entre vosotros y los demás, entre vosotros y yo, es la sociedad; y esa sociedad se vuelve estática, sin cualidades vitalizadoras, mientras no exista esa constante revolución íntima una transformación sociológica creadora; y es porque no hay esa constante revolución íntima que la sociedad siempre se vuelve estática, cristalizada, y tiene por lo tanto que ser destruida constantemente.
¿Qué relación existe entre ustedes, por una parte, y la miseria y confusión en ustedes, y a su alrededor, por la otra? Es evidente que esta confusión, esta miseria, no se ha originado de por sí. Somos ustedes y yo quienes la hemos creado, no la sociedad capitalista, o comunista, o fascista. Ustedes y yo la hemos creado en nuestras relaciones. Lo que eres proyectado hacia afuera, en el mundo. Lo que eres, lo que piensas y lo que sientes, lo que haces en tu existencia diaria, se proyecta hasta afuera; y eso es lo que constituye el mundo. Si somos desdichados, confusos, caóticos en nuestro interior, eso, proyectado llega a constituir el mundo, la sociedad -la sociedad es el producto de nuestra relación-, y si nuestra relación es confusa, egocéntrica, estrecha, limitada, nacionalista, eso lo proyectamos y causamos caos en el mundo.
El mundo es lo que ustedes son. Su problema es el problema del mundo. Ese, a no dudarlo, es un hecho básico y sencillo. Pero en nuestras relaciones con uno o con muchos parecemos siempre, en cierto modo, no tomarlo en cuenta. Pretendemos producir alteraciones mediante sistemas o una revolución en las ideas o los valores, basada en tal o cual sistema, olvidando que somos nosotros quienes creamos la sociedad y producimos el orden o la confusión con nuestra manera de vivir. Debemos entonces empezar por lo que está más próximo; tenemos que preocuparnos por nuestra existencia diaria, por nuestros actos, pensamientos y sentimientos de todos los días, los cuales se revelan en el modo de ganarnos la vida y en nuestra relación con las ideas y las creencias. Esa es nuestra existencia diaria, ¿no es cierto? Nos interesa ganarnos el sustento, conseguir un empleo, ganar dinero; nos interesa la relación con nuestra familia, o con nuestros vecinos, y estamos interesados en ideas y creencias. Si examinan ahora sus ocupaciones, verán que ellas se basan fundamentalmente en la envidia y no en la estricta necesidad de ganar el sustento. La sociedad está estructurada en tal forma que es un proceso de constante conflicto, de constante devenir. Todo se basa en la codicia, en la envidia a nuestros superiores. El empleado quiere llegar a ser gerente, lo que muestra que su preocupación no es sólo ganarse el sustento, un medio de subsistencia, sino también adquirir posición y prestigio. Tal actitud, naturalmente, produce estragos en la sociedad, en la convivencia. Más si ustedes y yo nos preocupásemos tan sólo por el sustento, hallaríamos medios de vida justos cuya base no sería la envidia. Ésta es uno de los factores más destructivos que obran en la sociedad, ya que la envidia revela deseo de poder, de posición, y al final conduce a la política. Envidia y política están estrechamente ligadas. Cuando el empleado busca llegar a gerente, se convierte en uno de los factores que engendra la política del poder, que conduce a la guerra. Él es, pues, directamente responsable de la guerra.
¿En qué se basan nuestras relaciones? La relación entre ustedes y yo, entre ustedes y los demás -la sociedad es eso-, ¿en qué se basa? No, por cierto, en el amor, aunque hablemos de ello. Si se basara en el amor habría orden, paz y felicidad, entre nosotros. Empero, en esa relación entre ustedes y yo hay una fuerte dosis de mala voluntad que asume la forma de dominación. Si unos y otros fuésemos iguales en pensamientos y en sentimientos, no habría dominación ni mala voluntad, puesto que habría contacto entre dos individuos -no se trataría de maestro y discípulo, ni de esposo que domina a su mujer, ni de mujer que domina al marido. Cuando hay mala voluntad hay deseo de dominación, lo cual provoca celos, ira, pasiones; y todo eso, en nuestras mutuas relaciones engendra constante conflicto que hacemos lo posible por eludir, produciendo mayor caos y mayor desdicha.
En lo que atañe a las ideas, creencias y formulaciones, las cuales forman parte de nuestra vida cotidiana, ¿no deforman acaso nuestra mente? ¿Qué es, en efecto, la estupidez? Consiste en atribuir falso valor a las cosas que produce la mano o la mente del hombre. Casi todos nuestros pensamientos se originan en el instinto de autoprotección, ¿no es así? ¿No damos a muchas de nuestras ideas un sentido de que carecen en sí mismas? Cuando, por consiguiente, creemos en determinadas formas -ya sean religiosas, económicas o sociales- o cuando creemos en Dios, en ideas, en un régimen social que separa al hombre del hombre, en nacionalismo y otras cosas más, es evidente que damos falsa significación a la creencia. Ello indica estupidez, pues la creencia no une a los hombres, sino que los divide. Vemos, pues, que por nuestra manera de vivir podemos producir orden o caos, paz o conflicto, felicidad o desdicha.
Nuestro problema, pues, consiste
en saber -¿no es así?- si puede haber una sociedad que sea estática y al mismo
tiempo un individuo en quien aquella constante revolución esté realizándose. Es
decir, la revolución en la sociedad debe empezar por la transformación íntima,
psicológica, del individuo. La mayoría de nosotros desea ver una radical
transformación en la estructura social. Esa es toda la batalla que se
desarrolla en el mundo: producir una revolución social por medios comunistas o
cualesquiera otros. Ahora bien, si hay una revolución social, es decir, una
acción con respecto a la estructura externa del hombre, la naturaleza misma de
esa revolución social, por más radical que ella sea, es estática si no se
produce una revolución íntima del individuo, si no hay una transformación
psicológica. De suerte que, para hacer surgir una sociedad que no sea
reiterativa estática, que no esté desintegrándose, que esté constantemente
viva, resulta imperativo que haya una revolución en la estructura psicológica
del individuo; pues sin una revolución íntima, psicológica, la mera
transformación de lo externo tiene muy poca significación. Es decir, la
sociedad se vuelve siempre cristalizada, estática, por lo cual constantemente
se desintegra. Por mucho y muy sabiamente que la legislación sea promulgada, la
sociedad está siempre en proceso de descomposición; porque la revolución debe
producirse por dentro, no sólo exteriormente.
Creo que es importante comprender esto. Una vez llevada a efecto, la acción externa ha terminado, es estática; y si la relación entre individuos -que es la sociedad- no es el resultado de la revolución intima, entonces la estructura social, por sor estática, absorbe al individuo y por lo tanto lo torna igualmente estático, reiterativo. Si se comprende esto, si se percibe el extraordinario significado de ese hecho, no puede tratarse de acuerdo o de desacuerdo. Es un hecho que la sociedad siempre se está cristalizando, que siempre absorbe al individuo y que la revolución constante, creadora, sólo puede ocurrir en el individuo, no en la sociedad. Esto es, la revolución creadora sólo puede tener lugar en las relaciones del individuo, que es la sociedad. Vemos cómo la estructura de la sociedad actual en la India, en Europa en América, en todas partes del mundo, se desintegra rápidamente; y esto lo sabemos dentro de nuestra propia vida. Podemos observarlo cuando vamos por la calle. No necesitamos grandes historiadores para que nos revelen el hecho de que nuestra sociedad se derrumba; y es preciso que haya nuevos arquitectos, nuevos constructores, para crear una nueva sociedad. La estructura debe levantarse sobre nuevos cimientos, sobre hechos y valores nuevamente descubiertos. Tales arquitectos aún no existen. No hay constructores, nadie que, observando, dándose cuenta del hecho de que la estructura se desploma, esté transformándose en arquitecto. Ese, pues, es nuestro problema. Vemos que la sociedad se derrumba, se desmorona; y somos nosotros –ustedes y yo- quienes tenemos que ser los arquitectos. Ustedes y yo debemos descubrir de nuevo los valores, y edificar sobre cimientos más fundamentales, más duraderos. Porque si algo esperamos de los arquitectos profesionales -los constructores políticos y religiosos- nos hallaremos precisamente en la misma situación de antes. Porque ustedes y yo no somos creativos, hemos reducido la sociedad a este caos. Ustedes y yo tenemos, pues, que ser creativos, porque el problema es urgente. Ustedes y yo debemos darnos cuenta de las causas del derrumbe de la sociedad, y crear una nueva estructura que no se base en la mera imitación sino en nuestra comprensión creadora.
¿Por qué, pues, la sociedad se derrumba, se desploma, como sin duda ocurre? Una de las razones fundamentales es que el individuo, ustedes, han dejado de ser creadores. Explicaré lo que quiero decir. Ustedes y yo hemos llegado a ser imitativos; copiamos exterior e interiormente. Exteriormente, cuando aprenden una técnica, cuando se comunican unos con otros en el nivel verbal, tiene naturalmente que haber algo de imitación, de copia. Copio las palabras. Para llegar a ser ingeniero, primero debo aprender la técnica; y luego empleo la técnica para construir un puente. Tiene, pues, que haber cierto grado de imitación, de copia, en la técnica externa. Pero cuando hay imitación interior, psicológica, dejamos por cierto de ser creadores. Nuestra educación, nuestra estructura social, nuestra vida llamada “religiosa”, todo ello se basa en la imitación; es decir, me ajusto a determinada fórmula social o religiosa. He dejado de ser un verdadero individuo; psicológicamente, me he convertido en una simple máquina de repetir, con ciertas respuestas condicionadas, sean ellas las del hindú las del cristiano, las del budista, las del alemán o las del inglés. Nuestras respuestas están condicionadas según el tipo de sociedad, ya sea oriental u occidental, religiosa o materialista. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, y uno de los factores desintegrantes es el líder, cuya esencia misma es la imitación.
Para comprender, pues, la naturaleza de la sociedad en vía de desintegración, ¿no es importante investigar si ustedes y yo -el individuo- podemos ser creadores? Podemos ver que, cuando hay imitación, tiene que haber desintegración; cuando hay autoridad, tiene que haber imitación. Y como toda nuestra formación mental, psicológica, se basa en la autoridad, hay que estar libre de autoridad para ser creador. ¿No has notado que, en los momentos de creación, en esos momentos relativamente felices de interés vital, no hay sentido alguno de repetición, de imitación? Tales momentos siempre son nuevos, frescos, creadores, dichosos. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, que es el culto de la autoridad.”
Creo que es importante comprender esto. Una vez llevada a efecto, la acción externa ha terminado, es estática; y si la relación entre individuos -que es la sociedad- no es el resultado de la revolución intima, entonces la estructura social, por sor estática, absorbe al individuo y por lo tanto lo torna igualmente estático, reiterativo. Si se comprende esto, si se percibe el extraordinario significado de ese hecho, no puede tratarse de acuerdo o de desacuerdo. Es un hecho que la sociedad siempre se está cristalizando, que siempre absorbe al individuo y que la revolución constante, creadora, sólo puede ocurrir en el individuo, no en la sociedad. Esto es, la revolución creadora sólo puede tener lugar en las relaciones del individuo, que es la sociedad. Vemos cómo la estructura de la sociedad actual en la India, en Europa en América, en todas partes del mundo, se desintegra rápidamente; y esto lo sabemos dentro de nuestra propia vida. Podemos observarlo cuando vamos por la calle. No necesitamos grandes historiadores para que nos revelen el hecho de que nuestra sociedad se derrumba; y es preciso que haya nuevos arquitectos, nuevos constructores, para crear una nueva sociedad. La estructura debe levantarse sobre nuevos cimientos, sobre hechos y valores nuevamente descubiertos. Tales arquitectos aún no existen. No hay constructores, nadie que, observando, dándose cuenta del hecho de que la estructura se desploma, esté transformándose en arquitecto. Ese, pues, es nuestro problema. Vemos que la sociedad se derrumba, se desmorona; y somos nosotros –ustedes y yo- quienes tenemos que ser los arquitectos. Ustedes y yo debemos descubrir de nuevo los valores, y edificar sobre cimientos más fundamentales, más duraderos. Porque si algo esperamos de los arquitectos profesionales -los constructores políticos y religiosos- nos hallaremos precisamente en la misma situación de antes. Porque ustedes y yo no somos creativos, hemos reducido la sociedad a este caos. Ustedes y yo tenemos, pues, que ser creativos, porque el problema es urgente. Ustedes y yo debemos darnos cuenta de las causas del derrumbe de la sociedad, y crear una nueva estructura que no se base en la mera imitación sino en nuestra comprensión creadora.
¿Por qué, pues, la sociedad se derrumba, se desploma, como sin duda ocurre? Una de las razones fundamentales es que el individuo, ustedes, han dejado de ser creadores. Explicaré lo que quiero decir. Ustedes y yo hemos llegado a ser imitativos; copiamos exterior e interiormente. Exteriormente, cuando aprenden una técnica, cuando se comunican unos con otros en el nivel verbal, tiene naturalmente que haber algo de imitación, de copia. Copio las palabras. Para llegar a ser ingeniero, primero debo aprender la técnica; y luego empleo la técnica para construir un puente. Tiene, pues, que haber cierto grado de imitación, de copia, en la técnica externa. Pero cuando hay imitación interior, psicológica, dejamos por cierto de ser creadores. Nuestra educación, nuestra estructura social, nuestra vida llamada “religiosa”, todo ello se basa en la imitación; es decir, me ajusto a determinada fórmula social o religiosa. He dejado de ser un verdadero individuo; psicológicamente, me he convertido en una simple máquina de repetir, con ciertas respuestas condicionadas, sean ellas las del hindú las del cristiano, las del budista, las del alemán o las del inglés. Nuestras respuestas están condicionadas según el tipo de sociedad, ya sea oriental u occidental, religiosa o materialista. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, y uno de los factores desintegrantes es el líder, cuya esencia misma es la imitación.
Para comprender, pues, la naturaleza de la sociedad en vía de desintegración, ¿no es importante investigar si ustedes y yo -el individuo- podemos ser creadores? Podemos ver que, cuando hay imitación, tiene que haber desintegración; cuando hay autoridad, tiene que haber imitación. Y como toda nuestra formación mental, psicológica, se basa en la autoridad, hay que estar libre de autoridad para ser creador. ¿No has notado que, en los momentos de creación, en esos momentos relativamente felices de interés vital, no hay sentido alguno de repetición, de imitación? Tales momentos siempre son nuevos, frescos, creadores, dichosos. De suerte que una de las causas fundamentales de la desintegración social es la imitación, que es el culto de la autoridad.”